Descripción
Después de que Galgui saliera a la luz gracias a centenares de mecenas, quería escribir una historia sobre animales que no están cerca de nosotros en el día a día, pero que también son maltratados en otros sentidos. Y quería escribir sobre un niño que decide tomar cartas en el asunto después de entender qué necesitan esos animales.
Los niños lo saben. Los niños lo intuyen: los animales pertenecen a su hábitat natural, allí donde se encuentra su familia y tienen todo lo necesario para satisfacer su necesidad de esparcimiento y libertad. Cualquier otro lugar es una cárcel. Cualquier otro lugar no es su hogar. Con este cuento queremos recordar a los niños lo que ellos, en su interior, ya saben: que, si de verdad se quiere a un animal, hay que respetar su vida, su libertad y su dignidad.
Y los niños saben estas cosas porque la manera natural que, desde pequeños, tienen los niños de relacionarse con los animales es tratándolos como iguales. Tenemos que conseguir que esa empatía natural no se pierda.
Si los niños son los primeros en comprometerse a erradicar el maltrato animal, porque sean capaces de valorar la vida de un animal como valoran la suya propia, tendremos adultos que educarán a otros niños en ese objetivo. Y cada vez – espero – seremos más personas las que nos colocaremos entre los animales y el mal en todos los lugares vacíos por los que estos caminen. Y ojalá lleguemos a erradicar todos esos lugares vacíos donde los animales no son felices.
También espero que los niños entiendan otra cosa muy importante para su vida: que hacer feliz a un animal te puede llegar a hacer muy feliz a ti mismo. ¿Y no es eso lo que buscamos los padres, hacer felices a nuestros hijos?.